“No deseo que las mujeres tengan poder sobre los hombres, sino sobre sí mismas” (Mary Wollstonecraft)
Es evidente, en determinados despachos de abogados las mujeres tienen “un techo de cristal”. Hay una desproporción entre el número de mujeres que integran los despachos y su presencia en los cargos directivos. Existe una carencia de liderazgo femenino y de visibilidad.
Así, por ejemplo, aunque las mujeres constituyen la mitad de los abogados colegiados en España y “a pesar de que la base de los despachos está formada por un número equilibrado entre hombres y mujeres, el porcentaje de letradas va disminuyendo progresivamente a medida que se escalan puestos. La barrera más firme se encuentra en el último peldaño, la sociatura, donde las mujeres apenas representan el 20 % de los socios de los grandes despachos” (Irene Cortés, El Confidencial, 8.3.2022). Un fenómeno similar se da en otros países: Alemania, Reino Unido, Estados Unidos, México, etc.
En determinados despachos, existen normas no escritas, invisibles, que dificultan a las abogadas el acceso a puestos de dirección: dificultad para compatibilizar la maternidad con la profesión, ausencia de flexibilidad horaria, poco teletrabajo, la creencia de que, en general, las mujeres son menos competitivas, etc. En definitiva, se trata de la existencia de culturas de trabajo (“la manera cómo se hacen las cosas”) que no favorecen la igualdad de oportunidades.
Otros motivos del techo de cristal de las abogadas
Las relaciones humanas son también relaciones de poder y vivimos en una sociedad donde la poco relevante presencia femenina en cargos directivos responde básicamente a dinámicas históricas y también a las circunstancias creadas por ciertos hombres a los que en realidad les mueve el temor, a menudo no reconocido, a compartir el poder con ellas o bien a ceder el liderazgo a una mujer.
Esas personas ponen barreras al crecimiento de determinadas abogadas con un gran talento, aunque no lo reconozcan por su falta de autenticidad. Dejan ir expresiones, o bien se mueven sobre la base de pensamientos no expresados, como: “un hombre al frente del despacho transmite más poder y autoridad”, “el cliente relaciona a un abogado de empresa más con un hombre que con una mujer”, etc.
En ese contexto determinadas abogadas sienten que no pueden progresar o bien mejorar sus relaciones internas para ser promocionadas. Así se encuentran abogadas competentes desde un punto de vista jurídico pero carentes de determinados conocimientos y habilidades parajurídicos que les permitirían alcanzar con más probabilidad sus metas.
Una alternativa
En semejante escenario limitante y con frecuencia frustrante, es lógico que algunas abogadas busquen soluciones. Optan, por ejemplo, por mejorar sus circunstancias en el despacho o incluso por crear su propio despacho. En ambos casos es esencial el cuidado, la gestión de la marca personal.
Todas ̶ y no soy partidario de generalizaciones ̶ las abogadas y, por supuesto, los abogados tienen un potencial oculto, por desarrollar y que es preciso descubrir para marcar un antes y un después en la carrera profesional.
La base de una buena marca personal es similar a la de la generación de confianza: ser una abogada competente y una persona íntegra. La gestión de la marca personal se trata sobre todo de encontrar la mejor versión de sí misma y de comunicarla con mesura: internamente (en el despacho) y externamente, para que la abogada consiga sus metas.
Para el caso de que la abogada opte por seguir en el despacho donde siente que no progresa, la gestión adecuada de la marca personal le ayudará a que la dirección y sus compañeros y compañeras de despacho perciban el valor añadido que aporta al despacho y a sus clientes potenciales. Si opta por crear un despacho, será capaz de generar más negocio: nuevos clientes y asuntos. En definitiva, ganará más libertad y tomará las riendas de su propia vida profesional.
La gestión de la marca personal es un desarrollo a la vez personal y profesional, un proceso complejo que hay que abordar de manera sencilla, con el método oportuno.
El punto de partida es tu voluntad y determinación para conseguir tus metas.
Si quieres, puedes.
“Saber y saberlo demostrar es valer dos veces” (Baltasar Gracián)